Activar la ubicación en tiempo real cuando vamos solas, fingir una llamada mientras estamos en un Uber, no salir a entrenar solas y cargar una alarma personal. Conversamos con dos chicas sobre la inseguridad que viven las mujeres y qué podemos hacer al respecto.
Erika Rojas R.
No salir solas de madrugada o de noche, pedirle a una persona cercana que las acompañe mientras esperan un taxi o el bus, enviar su ubicación en tiempo real, avisar cuando llegan de un lugar a otro, cambiar las rutas que toman a diario, cambiar su vestimenta, no salir solas a ejercitarse y no frecuentar lugares de ocio son algunas de las cosas que hacen las mujeres por miedo. Por miedo al acoso sexual callejero, quizá la forma de violencia de género más legitimada en la sociedad.
“Toda conducta o conductas con connotación sexual y con carácter unidireccional, sin que medie el consentimiento ni la aceptación de la persona o las personas a la que está dirigida, con potencial de causar molestia, malestar, intimidación, humillación, inseguridad, miedo y ofensa, que proviene generalmente de una persona desconocida para quien la recibe y que tiene lugar en espacios públicos o de acceso público”. Así define la Ley contra el Acoso Sexual Callejero este tipo de violencia.
La ley, creada en agosto de 2020, tiene como objetivo garantizar el derecho de transitar y permanecer “libres de acoso sexual en espacios públicos, en espacios privados de acceso público y en medios de transporte remunerado de personas, ya sean públicos o privados, estableciendo medidas para prevenir y sancionar esta expresión de violencia y discriminación sexual que atentan contra la dignidad y seguridad de las personas”.
Lamentablemente, la creación de la ley es apenas un pequeño paso para cambiar la realidad en la que vivimos.
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Lo que dejamos de hacer las mujeres por miedo
“Si hay algo que he aprendido en mi vida es evitar ciertos, o muchos, lugares con tal de no exponerme a silbidos, miradas, piropos y todas esas expresiones con connotación sexual que nunca hemos pedido ni validado las mujeres en la calle. Es desagradable la manera en la que nos miran y la manera en la que nos ofenden desde que somos apenas unas niñas”, afirma Andrea Fallas, quien tiene 34 años de edad.
Entre las cosas que ha dejado de hacer por miedo está salir a correr sola y usar transporte público. “Montarse en bus en este país es un martirio, tomar un Uber o un taxi también, yo me muero de miedo, no me siento segura. Cuando no tengo más opciones y debo tomar uno de estos transportes a solas hago la típica llamada a mi esposo, envío mi ubicación en tiempo real, llevo la ventana abierta siempre, una alarma personal a la mano… uno no tiene paz, estamos expuestas siempre al acoso o al abuso sexual (tocamientos)”, dice.
La preocupación es la misma con la que vive Paula López, quien tiene 31 años de edad y, entre otras muchas cosas, es ciclista recreativa.
“Cuando me toca salir a entrenar sola empiezo a poner peros desde la noche anterior. A veces lo logro, según yo en rutas que son seguras, pero otros días me levanto, me alisto, empiezo a dar vueltas y mejor monto la bici en el rodillo. El miedo y la cólera me invaden, porque me imagino mil escenarios que pueden pasar”, explica.
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Y más después de haber vivido una experiencia “horrible” hace 12 años, durante una mañana en la que salió a correr en grupo. “Recuerdo poco, la misma memoria va bloqueando este tipo de cosas, pero iba corriendo con un grupo, y yo me quedé un poco más atrás con una amiga y pasamos por un carro que estaba parqueado, creo que uno de los tipos estaba arreglando una llanta, o simulando que lo hacía. Pasó mi amiga, pasé yo, y lo siguiente que recuerdo fue levantarme del caño y empezar a correr. Intentaron montarme al carro. Afortunadamente no haber ido sola me salvó ese día”, cuenta Paula.
“A mí me tomó años volver a correr después de ese día. Y sola, al día de hoy, no puedo hacerlo, no puedo salir a correr sola”, agrega.
Este tipo de experiencias han hecho que Paula varíe sus actividades diarias. “Uno con la edad se vuelve más precavido, antes yo iba de fiesta en taxi, ahora si tengo que llegar sola a algún lugar simplemente no voy”.
Su relación con el deporte no ha cambiado pero ahora fomenta muchísimo más las salidas en grupo y el apoyo en entrenamientos con chicas que incluso no son de su equipo de ciclismo. “Yo creo que podemos hacer más comunidad alrededor del deporte. Buscar chicas que estén cerca y salir juntas. Yo irme sola cuatro horas en bici jamás, en la vida lo he hecho, no porque no pueda o no tenga el derecho, sino porque siento que el deporte es para disfrutar y si voy a ir asustada todo el rato prefiero evitarlo”, afirma Paula.
¿Por qué debemos involucrarnos en este tema?
El acoso sexual callejero produce las sensaciones más negativas: miedo, ansiedad, estrés, asco, ira y estado de alarma; y como explican Andrea y Paula, también produce cambios de hábitos que no deberían ser.
Plan International, una ONG española, desarrolló un estudio sobre acoso callejero en junio de 2021 llamado Safer Cities for Girls, el cual destaca que ocho de cada diez jóvenes de entre 15 y 25 años ha sufrido acoso callejero, y que sólo un 3% ha sido comunicado a las autoridades.
Pero más allá de la cifra ejemplo, la ONG está impulsando medidas para generar ciudades que permitan a las mujeres sentirse seguras y libres. “Entre las recomendaciones se encuentran planes de sensibilización a la sociedad, una legislación que ayude a prevenir y sancionar el acoso callejero, perspectiva de género en la planificación urbanística, una educación enfocada en la igualdad y aumentar los servicios de atención a las víctimas de acoso”.
Entre sus recomendaciones también está visibilizar todo tipo de agresión sexual mediante una denuncia.
“Como defensora de los derechos de las mujeres he tratado de promover la denuncia, pero cuando lo hago me siento mal de saber que toda la fuerza, energía, plata y desgaste emocional que la víctima va a invertir en denunciar probablemente no va a llegar a nada. Pero mi único mensaje es que por favor denuncien para visibilizar que esto está pasando. Si se denuncia queda un número, un registro. Si no lo denunciamos el problema no existe, el problema es invisible a los ojos del Estado”, explica Larissa Arroyo, abogada y directora de la asociación ciudadana ACCEDER (Acciones estratégicas por los Derechos Humanos).
La Ley contra el Acoso Sexual Callejero sanciona como delitos el exhibicionismo o masturbación en espacios públicos, de acceso público o en un medio de transporte; la persecución o acorralamiento; la producción de material audiovisual con connotación sexual de otra persona sin su consentimiento; las palabras, ruidos, silbidos, jadeos, gemidos, gestos o ademanes con connotación sexual hacia otra persona sin su consentimiento se tipifican como contravenciones.
Cuando la ley cumplió un año de vigencia, en agosto anterior, el Ministerio de Seguridad Pública informó que durante el primer año se detuvo a un total de 102 personas, todos hombres, por acoso sexual callejero y 15 fueron sentenciados con penas de cárcel. Persecución o acorralamiento fue el acoso más cometido durante 2020-2021 en Costa Rica.
Cuidarnos entre todas, hacer más comunidad y denunciar puede marcar diferencia. “El miedo siempre va a existir y si lo vemos del lado positivo es lo que nos impulsa a cuidarnos más de la cuenta, y a ser precavidas. Solamente no podemos dejar que nos paralice la vida. Yo les digo a mis amigas: si necesitan hacer una vuelta y tienen que ir solas por favor me avisan, aquí estoy”, finaliza Andrea Fallas.